viernes, 31 de diciembre de 2010

Soltar amarras





He hundido los dedos en el centro de mi pecho y el abismo continúa más allá de las costillas. ¿Dónde se esconde la esencia? ¿Cuánto más debo hurgar para llegar hasta ella?
Me alejo del epicentro y vuelvo a soltar amarras, de la misma manera que retengo estas lágrimas a punto de suicidarse otra vez. Perdí la fórmula de la anestesia en algún bar o naufragó dentro de aquel bolso de colores que no vi más después de este verano.
Ya no me habla el viento…no descifro sus palabras porque hay demasiado ruido en mitad de la nada. Me azota incesante el levante y no retengo más que un murmullo inocuo, recuerdo de la vacuidad de tus caricias, souvenir de un amor melifluo de esta década extraña.
He hundido la cabeza en mi pecho…y no queda otra alternativa, es lo que lo dice el viento: debo soltar amarras.

Caños de Meca,
31 de diciembre de 2010.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Puedo escribir los versos más tristes esta noche


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
¡La besé tantas veces bajo el cielo infinito!
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
¡Como no haber amado sus grandes ojos fijos!
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido,
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise!
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta, la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Pablo Neruda