viernes, 30 de abril de 2010

Eyjafjälla


La prueba

de que al mundo le sobra algo

es que tiene que expulsarlo por los volcanes.

Es algo que le quema y tiene que sacarlo, en forma de ceniza.

Runrún


Siempre que salía del metro, a aquellas horas poco aconsejadas,solía seguir la misma trayectoria. Siempre audaces borrachos, y demasiado jóvenes pensaba, en la entrada de aquella disco innombrable...quedaba tan lejos. La misma pared de grafitties con aquel hierro que un día por poco te deja sin ojos y la plaza de noche desamparada.
Antes de cruzar la esquina solía preguntarse el lugar del bolso donde se escondían sus llaves, porque normalmente las puñeteras costaban. Pero aquella noche era distinto por que esa esquina ya no era de ella.
Cierto, ella ya no estaba.
Oía, a menudo, el murmullo del calentador del agua que tampoco era la misma, ya no reconocía el timbre de los sábados por la mañana. El agua está tibia, pensó, pero claro...el verano está que amenaza. Lavó sus sábanas y limpió las alfombras, regó sus plantas y aireó sus páginas, pero claro...tú, creo que ya no estabas.
¿Ya te has ido? le sugirió al viento que aquella noche no le decía nada. ¿Te has ido y no me lo has dicho? le preguntó, de nuevo, medio dormida o, tal vez, medio borracha.
Sólo escucha el runrún de su cuerpo a esta hora,...No hay nada más, se convence, al final..., aunque quisimos, ¿no nos queda nada?

martes, 27 de abril de 2010


Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Rayuela, capítulo 68
Julio Cortázar

domingo, 25 de abril de 2010

Correr


Podría correr sin parar hasta llegar al horizonte o llegar hasta mí misma...o hasta ti que nunca eres tú.
Necesito un rescate, un cable a tierra. Necesito que esta tarde que ya recuerda al estío, mis vestidos sean otros, mis pasos en pasillos menos conocidos y mi soledad más atrevida. También mi desvarío.
Huyo, me voy, no estoy. Me fui.
Lo malo es que no huyo de ti ni de los domingos; lo malo no es que me vaya, lo malo es que huyo de mi.

lunes, 19 de abril de 2010

Gotas


Siempre me he preguntado qué sentirán las gotas cuando se suicidan hacia el abismo que hay después del ojo; si al desparramarse en el pecho de otra persona o al desaparecer entre las fibras de un clínex, tendrán tiempo suficiente para rememorar los momentos más felices de su acuosa vida o para pedir perdón por todos los pecados que no han cometido.
Tampoco sé (y me gustaría), si llorar todo un día podría deshidratarme, o si el salitre que guardan daña el cutis o favorece las arrugas.
¿Es corta la vida de una gota? ¿o es tan larga como la pena que arrastran?
Quisiera saber el número exacto que alguien es capaz de soltar expresamente, porque hay algunas que se escapan; avisan, al uso, con un tenúe calor en el párpado, pero para entonces, no hay manera de pararlas. Y se dirigen, con alevosía y parsimonia hacia la superficie ocular de la vergüenza.
Algunas son tímidas y otras no tanto. Algunas pesadas como rocas y otras ligeras y sinuosas; las hay de tibieza media y sofocantes como el infierno.
¿Cuánto pesa una gota? ¿se mide su capacidad en mílilitros o en la cantidad de suspiros que se llevan a su paso?
Las hay tristes pero también contentas. Las he visto de colores y oscuras como la boca de un lobo. Analgésicas, divertidas, traicioneras, dicharacheras, adoloridas, lentas, individuales o en grupo...Siempre me he preguntado en qué idioma hablan las gotas.

miércoles, 14 de abril de 2010

Caricia


Sucede que, a veces, me muero de miedo.
Sucede que es más fácil perderse en el trazo impresionista de un cuadro que ordenar las palabras para que tengan sentido. Sucede que aún me pongo colorada cuando tengo vergüenza.
También ocurre que, en definitiva, me aterra lo efímero.
Y pasa que soy un collage de imágenes perfectas. Y añejas. Una maletita azul de fotografías viejas.
Sucede que, a veces, necesito una caricia. Y pasa que una caricia no es un arrumaco ni una carantoña, ni siquiera es una garatusa y, aunque se parezca, no es tampoco una lisonja. La caricia no es otra cosa que uno de tus dedos paseando por mi boca; cuando está caprichosa prefiere ser un abrazo callado y eterno y, a ratos, cuando duerme,se conforma con ser tus manos custodiando mi cuerpo.

lunes, 5 de abril de 2010

Cuevas


Esta mañana mi café está amargo, tampoco compré azúcar en la última compra que se me olvidó hacer la semana pasada. Se me caducan los yogures y por eso ya no los compro y me ahorro los bífidus activos y las desagradables pasas añejas que nadan impertinentes en muchos de ellos.
He soñado con pasteles parisinos y en kilos y kilos de chocolate negro y en slurps, ñams, craks y glubs estando en las cuevas; también he soñado contigo.
He encontrado mil formas en las sombras que hacía el fuego entre las estalactitas, la tuya la encontré cerca, colgando con maestría de la estalactita en la que me refugio.
He tenido una tregua que se ha despertado enfurecida porque quiere más cuevas y más orígenes y yo, traicionera, la he traido de vuelta a la locura de mi infierno. Sin explicaciones, sin rodeos...acomódate a las circunstancias y te callas. He llorado y como soy muy didáctica he contraido mi rostro y he lanzado sonidos espasmódicos acompañados de lágrimas y mocos para hacer honor a Cortázar.
El futuro estaba escrito en el cielo, entre la osa mayor y Casiopea. Y mientras lo descifraba, una pequeña serpiente marrón me explicaba la lírica de los poetas y hemos jugado con tu nombre y nos hemos abandonado a la retórica. Su retórica, zigzagueante, silenciosa y, a veces, dulcemente venenosa.
Cuando cae la noche la humedad de la cueva es igual de insportable que el ruido de los coches que pasan por mi calle o tan impertinente como una bombona de butano vacía. Más aún, igual de insportable que los ojos tristes y lejanos de quienes las suben a cuestas a mi casa y me roban cada vez un pedacito de alegría y dos euros de propina por bombona.
Las cuevas tienen historias de antediluvianos incendios pero sin cocinas ni aceites ni patatas fritas, incendios que duraron años y no dos minutos que podrían haber acabado con tu vida. Incendios sin manchas negras en paredes viejas, incendios con olor a roble y no a plástico de ferretería. Incendios sin gritos ni apelaciones ni platos sucios...solamente incendios sin cariños que se queman.
Las cuevas huelen a mañana, a estrellas y a dormidos cerezos y a soles que calientan. Huelen como huelo yo cuando callo, quizás al vacío, al origen o a té de jazmín frío con poco azúcar, para sentir el sabor de mi infancia.
Mi cueva guarda un tesoro y me pregunto si eres tú y te pido que no le pongas puertas ni cerrojos ni adivinanzas ni abretesésamos, sólo déjame entrar sigilosa, despacito y acurrucarme en aquella esquina, que ya tengo sueño y empieza a hacer frío.