lunes, 5 de abril de 2010

Cuevas


Esta mañana mi café está amargo, tampoco compré azúcar en la última compra que se me olvidó hacer la semana pasada. Se me caducan los yogures y por eso ya no los compro y me ahorro los bífidus activos y las desagradables pasas añejas que nadan impertinentes en muchos de ellos.
He soñado con pasteles parisinos y en kilos y kilos de chocolate negro y en slurps, ñams, craks y glubs estando en las cuevas; también he soñado contigo.
He encontrado mil formas en las sombras que hacía el fuego entre las estalactitas, la tuya la encontré cerca, colgando con maestría de la estalactita en la que me refugio.
He tenido una tregua que se ha despertado enfurecida porque quiere más cuevas y más orígenes y yo, traicionera, la he traido de vuelta a la locura de mi infierno. Sin explicaciones, sin rodeos...acomódate a las circunstancias y te callas. He llorado y como soy muy didáctica he contraido mi rostro y he lanzado sonidos espasmódicos acompañados de lágrimas y mocos para hacer honor a Cortázar.
El futuro estaba escrito en el cielo, entre la osa mayor y Casiopea. Y mientras lo descifraba, una pequeña serpiente marrón me explicaba la lírica de los poetas y hemos jugado con tu nombre y nos hemos abandonado a la retórica. Su retórica, zigzagueante, silenciosa y, a veces, dulcemente venenosa.
Cuando cae la noche la humedad de la cueva es igual de insportable que el ruido de los coches que pasan por mi calle o tan impertinente como una bombona de butano vacía. Más aún, igual de insportable que los ojos tristes y lejanos de quienes las suben a cuestas a mi casa y me roban cada vez un pedacito de alegría y dos euros de propina por bombona.
Las cuevas tienen historias de antediluvianos incendios pero sin cocinas ni aceites ni patatas fritas, incendios que duraron años y no dos minutos que podrían haber acabado con tu vida. Incendios sin manchas negras en paredes viejas, incendios con olor a roble y no a plástico de ferretería. Incendios sin gritos ni apelaciones ni platos sucios...solamente incendios sin cariños que se queman.
Las cuevas huelen a mañana, a estrellas y a dormidos cerezos y a soles que calientan. Huelen como huelo yo cuando callo, quizás al vacío, al origen o a té de jazmín frío con poco azúcar, para sentir el sabor de mi infancia.
Mi cueva guarda un tesoro y me pregunto si eres tú y te pido que no le pongas puertas ni cerrojos ni adivinanzas ni abretesésamos, sólo déjame entrar sigilosa, despacito y acurrucarme en aquella esquina, que ya tengo sueño y empieza a hacer frío.

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