viernes, 19 de junio de 2009

Desde mi altura

Desde mi altura, desde este rincón que no sé a qué hora amanece y desde esta inercia que a veces me lleva, puedo oir todavía una cadencia de voz que no termina de desvanecerse. Añeja, llena del polvo del recuerdo, es una inmutable memoria acústica que me invade y me dejo. Me lleva y yo me dejo a su suerte, a la mía, que a ratos me aterra.
Oigo, retozo en su timbre conocido y me inundo de tonos pasados, tan muertos como inerte está el pasado. Nada más que eso, pasado que no ha dejado de respirar en alguna esquina dormida de mi alma que no encuentro.

Desde esta altura que desde lo subterráneo me hace pensar en cielos claros y nubes blandas, desde el dolor de un golpe contra el suelo duro y sucio, desde la incertidumbre que nos envuelve, desde esas alturas limpias que están lejos, desde mí, te pienso.

domingo, 14 de junio de 2009

El Desván I

Pablo tiene en su pecho un remolino, otra vez la misma sensación que no lo deja pensar. Enciende un cigarro, cualquier cosa que lo mantenga activo y que no le permita caer en el letargo amargo que le han provocado sus palabras. Malditas palabras que le martillean la cabeza como un zumbido y maldita emoción que lo está estrangulando. Toma aire y se lava la cara, tiene que volver a trabajar al restaurante.
Hoy toca turno de noche y, como es viernes, tiene la experiencia suficiente como para saber que no saldrá de allí hasta las 3 de la madrugada. El aire fresco del camino le ha permitido calmar su mente. Termina su cigarro en la puerta y, como es de cristal, puede ver a Marc que le sonríe desde dentro con cordialidad. Pablo finge una sonrisa rígida y mueve la cabeza en acto de saludo. Se dispone a perder sus pensamientos entre la carta de vino y las sugerencias del chef para esta noche.
Marc es compañero de trabajo desde que Pablo entró a servir platos en “El Desván” hace un año y medio. Las jornadas de 10 y 12 horas con sus largas tardes sin clientes y todas las noches que se han quedado bebiendo a destajo, han forjado una amistad cercana entre los dos. Marc es fanfarrón y Pablo demasiado tímido, Marc es una de esas personas que tiene una conexión completa con el presente y Pablo, sin embargo, siente el futuro como una sombra amenazante. Dos hombres distintos que han aprendido a quererse a fuerza de pasar horas juntos, por necesidad e incluso por admiración. Se comprenden el uno al otro aunque no comparten casi ninguna idea.
Empieza el bullicio y los clientes, como pasa siempre, parecen ponerse de acuerdo para llegar todos a la vez. En la cocina, los chefs ya han comenzado a dar gritos a mansalva. Hasta el nuevo, que es chino y concentrado, no ha tardado en darse cuenta de la ley marcial que gobierna la cocina y en menos de una semana ya deja oír sus gritos incomprensibles en lo que Pablo piensa que es mandarín. El Chino, como lo llaman todos por la imposibilidad de pronunciar su nombre, vocifera e insulta sin ser tomado en cuenta por el resto. Se le ha quemado un pato al horno y le han traído una ensalada de vuelta porque ha confundido el repollo por betarraga.
Pablo se sumerge en la actividad frenética de un viernes por la noche en “El Desván”. Mientras que la noche se va acabando y los clientes comienzan a marcharse, se la imagina sonriendo en un bar, absolutamente ajena al sufrimiento que a él lo embarga.
Camina hacia su casa, ¿dónde estará ahora?,piensa.
Se acurruca en la cama y consigue atrapar el sueño en unos minutos o unas horas, no lo sabe porque cuando está así, también el tiempo pierde su forma. Cuando la mañana empieza a despertar en la ciudad, la luz se cuela en la habitación dándole un golpe de realidad. Se ha quedado dormido vestido y absolutamente aturdido por la imposibilidad de poseerla.
No sabe qué hora es, mira hacia su ventana y distingue la luz grisácea que cubre la ciudad en invierno en las primeras horas de sol. Es un color gris y brillante que siempre va acompañado de los bocinazos de algún conductor apurado. A Pablo esa luz vuelve a sumirlo en la melancolía. Por un momento maldice haberla conocido esa mañana cuando Laura entró a “El Desván” pidiendo trabajo.
- Hola, me llamo Laura, llevo poco tiempo en la ciudad y busco trabajo. ¿Necesitáis alguna camarera?
La frescura de su rostro, el acento cantado y su porte eslavo y claro aturdieron a Pablo que observaba la escena desde la cocina.
-El jefe no esta ahora,respondió Marc con su voz más seductora. Si quieres vuelve a las 5 esta tarde.
- Muy bien, dijo Laura, seguido de un gracias rotundo y sonoro propio de las personas que en su lengua natal tienen una erre sonora y rotunda también.
Laura no volvió esa tarde a las 5, pero Pablo pasó toda la noche tocando su saxo absolutamente sumergido en los ojos de esa chica. ¿Quién era?, ¿donde vivía?, ¿sus manos eran grandes o pequeñas? Y su olor, ¿como sería?
Pasaron un par de días con la rutina habitual y esa noche Marc estaba más excitado que de costumbre así que quiso cambiar la copa de siempre por una visita a un bar con mujeres complacientes y luces de neón. Pablo no pertenece a ese tipo de tugurios pero, ¡qué diablos!, una copa no le hace daño a nadie y además, podría entretenerse un rato observando los artificios de seducción de su amigo.

El Desván II

Al segundo trago de whisky Marc comenzó la cacería con mirada selectiva. Al cabo de 10 minutos Pablo se había quedado solo en la barra frente a una camarera con el torso desnudo que lo miraba con expresión de tedio. Marc se reía a carcajadas unos sofás mas allá junto a dos mujeres morenas, como a él le gustaban, que no paraban de besarlo y ofrecerle más y más whisky.
Pablo se sintió solo por un momento y llevó sus ojos hasta el final de la barra donde distinguió una figura delgada, con minifalda roja y unos tacones demasiado altos como para poder caminar. Una cabellera rubia y ondulada le cubría la cara. La chica se giró y fijó sus ojos azules en los de Pablo. Se le acercó con decisión y se sentó a su lado. Para entonces, Pablo estaba desencajado porque nunca había sabido reaccionar frente a una mujer con las cosas más claras que él. Avergonzado, no se atrevía a mirarla y permaneció unos segundos en silencio hasta que la chica le colocó la mano en su entrepierna y pidió dos whiskies más a la camarera. Pablo la miró nervioso, la erección en su entrepierna crecía y crecía entre la manos de esa chica. La miró a la cara por fin y comprobó sus ojos, sus rasgos finos y su piel blanca. Detrás de todo ese maquillaje y de la mata de pelo con demasiada laca y voluptuosidad había un rostro dulce y familiar.
-Te conozco, le dijo.
La chica se quedó muda, en ese tipo de negocios no conviene conocer a los clientes.
-Hay habitaciones a 100 euros o si prefieres podemos ir a tu casa, el precio sube pero la atención es totalmente personalizada.
El chasquido de sus erres la delataban y Pablo se la imaginó sin maquillaje, con el pelo recogido en una cola y sin tacones ni minifalda. Era ella,la misma chica que no volvió a las 5 de la tarde y que lo había dejado sumido en una extraña ensoñación toda aquella noche.
La chica empezaba a inquietarse y cuando hizo ademán de levantarse frente al silencio absorto de Pablo, éste se despertó y dijo sin titubear que fueran a su casa, que no le importaba el precio.
Cuando llegaron a su casa, la chica se sentó en silencio en el sofá como esperando alguna orden. Su actitud era indiferente y Pablo, al verla sentada, con la mirada perdida y fumando un cigarro lentamente, perdió el control de su estrategia y se quedó sin próximo movimiento. Pablo no pretendía tener sexo con ella, pero eso sería difícil de hacerle entender a una puta. Cómo iba a explicarle a esa musa maquillada que la había llevado allí para conocerla, para saber su nombre, para descubrir su olor. No quería sexo pero estaba dispuesto a pagarle lo acordado, solo quería su nombre, su procedencia.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Laura y vengo de Rusia, y tú, ¿cómo te llamas tú?
-Yo soy Pablo y no sé muy bien de dónde vengo. Nací en un pueblo en el sur pero vine aquí a los 17 años para ser músico.
- Entonces, ¿has conseguido ser músico o no?, ¿qué es lo que tocas?
-El saxofón, pero la verdad es que soy más camarero que músico. Trabajo en un restaurante de por aquí cerca, se llama “El Desván”,¿lo conoces?
Laura enrojeció un poco, claro que conocía “El Desván” y adivinó enseguida que Pablo sabía quién era ella desde el momento en que se le acercó en el bar. Titubeó, movió la cabeza y encendió otro cigarro. Sin necesidad de la introducción de Pablo, Laura comenzó a hablar como para sí misma.
-A veces me desespero y quiero salir de este negocio pero después saco cuentas y me convenzo de que no está tan mal. Gano más dinero que en cualquier trabajo que mi situación de extranjera me permite hacer aquí.
Laura, expiró con lentitud el humo del cigarro y se quedó unos instantes mirando a la nada.
-Entre las chicas del prostíbulo nos apoyamos y una vez que aprendes a no mirar la cara del que te está penetrando, puedes terminar la noche sin que la pena te pueda. Hay días en que no lo veo así, entonces me lanzo a la ciudad a buscar trabajo en los bares, los supermercados, las tiendas... Así llegue a “El Desván”, lo sabías, ¿verdad?.
Pablo asintió con la cabeza. Estaba absolutamente invadido por el movimiento de sus labios, por el tono de su voz y por su forma de pestañear lenta y perezosa. Laura se había despojado de su papel de mujer pagada y actuaba con total naturalidad desde que entraron a casa de Pablo. Sabía que esa noche no era sexo lo que podía ofrecerle a su cliente y le siguió el juego tierno a Pablo preguntándole cosas y dejando que se quedara absorto mirándola.
Se hizo tarde, Laura miró el reloj y Pablo no tardó en sentir la angustia de su ausencia.
-No te vayas, Laura. Quédate conmigo.
-Pablo, me están esperando, nosotras no dormimos con clientes. Te puedes buscar un buen problema.
-No me importa, quédate conmigo.
Laura se acercó, le estiró la mano en señal de petición o más bien de mandato y Pablo comprendió los límites metálicos del amor. Le extendió el dinero y Laura lo contó rápidamente, se lo metió en el bolso y le dió un beso lento y húmedo. Cerró la puerta con prisa y Pablo pudo escuchar el tintineo de sus tacones hasta que casi hubo salido del edificio. No quería perder el sabor de su saliva, el olor que había dejado en el aire. No quería perderla.

Pablo llevaba meses gastando hasta lo último de su sueldo de camarero en pasar noches con ella. A veces sólo era para llevarla a su casa y hablar de cosas mundanas como hacen los novios. Otras también entraba sexo en la cita, la entrega completa de Pablo a sus caricias y a sus susurros felinos.
-Pablo, no te quiero. No juguemos al amor, ¿no te das cuenta que soy una puta?,le decía Laura cuando lo veía frente a ella exclamando amor en cada uno de sus movimientos.
-Mírate, mira tu expresión patética de niño enamorado. Déjate de romanticismos y fóllame que a eso hemos venido.

El dia ya había avanzado y la luz que antes era gris y melancólica, ahora entraba clara a la habitación de Pablo. Se ha ido, me ha dicho que no la siga, que soy como una pesadilla, piensa.
Se sienta en la cama y mira el reloj, sólo quedan unas horas para empezar otra noche en “El Desván”. Mira por la ventana y se siente ligero, respira, puede respirar sin sentir por fin esa presión en el pecho. Se levanta y no se acuerda del teléfono y cierra la puerta pensando que debería tocar esta noche porque hace tiempo que no ensaya.