Desde mi altura, desde este rincón que no sé a qué hora amanece y desde esta inercia que a veces me lleva, puedo oir todavía una cadencia de voz que no termina de desvanecerse. Añeja, llena del polvo del recuerdo, es una inmutable memoria acústica que me invade y me dejo. Me lleva y yo me dejo a su suerte, a la mía, que a ratos me aterra.
Oigo, retozo en su timbre conocido y me inundo de tonos pasados, tan muertos como inerte está el pasado. Nada más que eso, pasado que no ha dejado de respirar en alguna esquina dormida de mi alma que no encuentro.
Desde esta altura que desde lo subterráneo me hace pensar en cielos claros y nubes blandas, desde el dolor de un golpe contra el suelo duro y sucio, desde la incertidumbre que nos envuelve, desde esas alturas limpias que están lejos, desde mí, te pienso.
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