En el banco que hay frente a él, una mujer se ha sentado con aire despreocupado y, mientras que con una mano busca algo en su bolso, con la otra sostiene una cajetilla de Fortuna. Por su expresión de tedio al acabar de revolver en el bolso, parece no haber encontrado lo que buscaba y en cuestión de segundos se encuentra junto a él pidiéndole fuego amablemente.
-No, no tengo fuego aquí abajo, es una pena.
-Pues sí, sí que es una pena, esto de los apagones me pone nerviosa y la verdad es que me muero por fumarme un cigarro ahora mismo.
-¿Tú también vives en el barrio?, ¿también te has quedado a oscuras?, pregunta Julio un poco tímido.
-Vivo en este edificio al lado del que tú has salido disparado hace un momento. Pensé que te ocurría algo, ¿estás bien ahora?
-No, no es nada, es que la oscuridad, ya sabes...me ha pillado por sorpresa, contesta.
-Ya lo sé, yo no quiero subir hasta que vuelva la luz. No me gusta estar a oscuras y menos cuando estoy sola.
Una complicidad extraña le ha surgido a Julio con esa mujer morena que se le ha puesto a hablar con la tranquilidad de los que se conocen y con la frescura de los que no se saben de nada. Las palabras le salen solas por la boca con una libertad absolutamente ajena a él pero increíblemente grata.
-Mira, a mi tampoco me gusta estar solo y menos cuando la luz no funciona, te propongo cenar en mi casa si quieres, tengo la cena a punto y siempre hago como para dos. Tómalo como lo que es, una ayuda mutua, tú no quieres estar sola y yo tampoco, a mi no me gusta el silencio y a ti la soledad.
Ella lo mira complacida y a pesar de su gesto de confusión ante la propuesta, responde con un sí casi inmediato y desaparecen detrás del portal del edificio de Julio que por primera vez no le parece ni pesado ni gris.
Unas velas y un ambiente íntimo, la cena aún no se ha enfriado y aunque la pasta no está en su punto exacto, se puede comer sin problemas, es fresca y biológica, piensa. Antes de empezar a comer vuelve la luz a la casa, se enciende la cocina, la radio se conecta y ellos se ven completos sin sombras ni intuiciones fisonómicas. En un acto despreocupado, Julio apaga la radio para escuchar la voz de Gloria sin interrupciones y cuando ella ya se había ido prometiendo volver el jueves a cenar de nuevo, Julio se da cuenta que en tres años y medio era la primera noche que por fin Marga se callaba.
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