jueves, 12 de noviembre de 2009

Ay yayay



Ay yayay, la nota entra y se cuelga por el lado derecho de mi pecho y gira; se estira y se contrae,...ay yayay, hace fuerza y se acalambra.
Ay yayay, se contonea...y se expande, parece querer ocupar todo el espacio infinito de mi alma. Se retuerce en esterores y me quejo, ay yayay...mis manos no llegan y mi cabeza, a veces se desata.
Ahora ponte de pie y baila.
Ay yayay, tengo notas en mi pecho. Si afino el oído, puedo oirla: es la música del alma. Sinfonías bautismales, melodías sacras, el alma se ha perdido en África y el vellocino de oro lo guardo debajo de mi cama.
¿Y la esencia y la corrupción de la manzana? ¿Y la alquimia de las tormentas? ¿Y París y las lunas plateadas?
¿Y las gotas de la sabiduría? ¿Y mis antípodas enfurecidas? ¿Acaso nadie sabe dónde está el ancla?
Yo la he visto y reina los mares, tan pesada como el acero, tan inmensa como la nada.
Un universo entre tus dedos y una caricia mal gastada.
Ay yayay, se alejan los días de septiembre, ay yayay mi nostalgia se embarca.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Alejandro

-Abrázame que me caigo, me decía el niño-hombre cada vez que venía el viento. Su gorra azul salía disparada con las ráfagas violentas y lo dejé solo, desprotegido en mitad de la calle, para ir detrás de su gorra. Benévolo, me miraba dándome la aceptación al gesto, pues el sol molestaba demasiado a sus ojos con síndrome de down. Sólo quería su gorra azul, aunque el viento fuera un peligro inminente que podía derrumbarlo, aunque una ráfaga lo dejara indemne y a merced de la voluntad de quien pasara.
Se llamaba igual que yo y también era sagitario. Alejandro tenía 43 años y era un adorador de las palabrotas que de inmediato retiraba con un perdón fingido.
Una inmovilidad en la parte izquierda del cuerpo, le obligaba a un paso lento y a un pánico constante al desequilibrio y a caer de bruces contra el suelo. Y paseaba solo.
Pedía a quien pasara que lo ayudara a cruzar los semáforos y si el tiempo y la generosidad daban, se prestaba para responder preguntas a cambio de unas calles más de apoyo a su paso lento e inseguro. Le asustaba el viento y Alejandro paseaba solo.
La gorra voló tres veces y tres veces lo dejé solo contra el viento.
-Alejandra, cógeme que me caigo, repetía.
Tardamos 45 minutos en cruzar tres semáforos y caminar una calle más, y allí me despedí. Caminó solo hacia su casa, perdiendo el equilibrio mientras se despedía con su única mano viva. Y yo me di la vuelta sintiéndome culpable y apresuré el paso porque la hora de comer ya había pasado y Alejandro me había desviado del que era mi objetivo antes de encontrarlo: comer temprano para dormir una siesta. Y me alejé rápido sin tener temor del viento. Y comí tarde, y no dormí la siesta y el día que había planeado empezó a salir al revés y el viento, ahora, ha empezado a asustarme.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Olvido

A veces me duele el cuello de sostener tanto mi cabeza. 24 horas al día y 365 días al año de sostén sin tregua.
A veces sucede que cuando me levanto por las mañanas tengo los pies fríos aún de la noche y, entonces, sospecho que por entre las sábanas se ha colado un trozo de tristeza.
Los viernes,a partir de la media noche, mi cuerpo tiembla durante breves sacudidas; cada 12 minutos exactamente y sólo hasta las dos de la madrugada. Es el metro que pasa por debajo de mi casa.
A veces se me escapa el olvido al abrir la puerta y lo encuentro escondido debajo del rellano de la escalera. Otras, ocupa todo el sofá con insolencia y no se mueve ni a palos...maldito gato invisible que araña.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Otra vez la luna...

La loca está hecha un mar de lágrimas...todo le sale mal, pone mal la cortina, le toman el pelo en telefónica, elige un teléfono que no le gusta, tiene frío y no hay bombona, se ha roto las medias con la cremallera de las botas, sigue comiendo bocatas cuando detesta comer pan, necesita un cigarro de forma indiscutible y se le ha perdido la cajetilla que da vueltas en el bolso hace días. Además, ha hecho una transferencia de números desorbitantes y se han equivocado en el banco. La loca ha visto la luna,...y se pregunta por qué será que esa luminiscencia nívea, siempre termina por invadirla. Y siempre...con el mismo lacrimógeno resultado.