sábado, 5 de junio de 2010

Los rayos de Juan


Al levantarse aquella mañana, Juan se dio cuenta que algo le faltaba, quizás el abismo al final de su boca producto de la extirpación del poco juicio que le quedaba era el motivo de aquella sensación incompleta.
Quizá le faltaba un brazo o le había abandonado la ilusión aquella noche mientras dormía. Juan se sentía tan ensimismado que la veía marcharse a paso cadencioso y no podía correr tras de ella. ¿Será que la ilusión empieza a ser cosa de niños?, se preguntó mientras se servía el primer café frío.
Juan tenía un secreto, tenía un regalo tan resplandeciente que cada vez que lo abría, se le escapaba un poco de luz. Y la luz de los rayos de un sol no se regenera..."sé cauto con tus rayos", le decían, "porque el que entra en la oscuridad se condena a vivir a ciegas".
Tiene ganas de caminar, de caminar hasta llegar a ningún sitio; de caminar hasta el sol que, únicamente, tenga los besos húmedos.

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