viernes, 24 de abril de 2009

El sauce llorón

Presenciaste día a día la muerte del sauce como quien es testigo de una tragedia teatralizada. Yo te observaba por las tardes cuando a tu hora preferida, esa en la que el cielo se arremolina, como decías, podías permanecer observando durante ratos largos como ese gigante encorvado iba cediendo a su suerte. Era como presenciar la muerte de un coloso, pero no, para tí era algo más; para tí era algo más que la muerte de un árbol, por lo menos eso me indicaban tu expresión ensimismada, tu rostro de incomprensión frente a la escena y el movimiento de tu dedo índice chocando con el pulgar con insistencia, señal inequívoca y maniática de tu nerviosismo que tanto llegué a conocer.
El sauce se desplomaba poco a poco y tú me decías que te daba pena, que te daba tanta pena como ese árbol llorón te dejaba...
Pasaron 7 días, una semana exacta para que aquel Hércules llegara al fondo de su decandencia y se desplomara dejando 50 años de madera y de ramas, de historias y de conversaciones a su sombra, de niños que se hicieron grandes y de niñas que se volvieron viejas.
Pasaron 7 días exactos en los que te acompañé, inexperta, tocando tu brazo con cariño y viví contigo como aquel hongo de la miel se lo comía. 7 días son tan pocos para llevarse tanta vida, me decías. Y recogimos sus trozos y limpiamos su presencia inherte. Nos inventamos otra sombra para comer en primavera y para dormir la siesta en las tardes de verano; ya no habían niños para jugar en sus ramas robustas y no tuvimos que inventarnos otro sauce para que saltaran en sus ramas.Y la vida siguió sin en el sauce. Pero ahora, ahora tú tampoco estás...también te llevó un hongo tan rápido que yo,inexperta,sólo atiné a quedarme perpleja.
La diosa ha muerto grandiosa como el final de una ópera. Y repartimos tus recuerdos en dunas de arena y he guardado, aquí, en mi pecho tu presencia. ¿Qué pensarías entonces? ¿Qué sabía el cáncer de tí en aquella época?

sábado, 18 de abril de 2009

Flor seca

A veces me gustaría colgar mis pensamientos
como una flor seca.
Hacia abajo, paciente, quieta.
Dejar caer los brazos lánguidamente,
sin buscar dirección ni puerto.

¡Abrazar la vanidad más atrevida!

A veces me gustaría colgar el eco de tu voz en mi voz,
insensibilizar el sentido que me embarga,
coquetear con el sueño más profundo
mientras el mundo, afuera, se desarma.

A veces me gustaría anestesiar mi cabeza,
tratar de poner movimiento a mi pausa ingrávida.
Catarsis neuronal por momentos.
Catarsis corporal por defecto.

A veces me gustaría enmudecer las caricias
que mañana mostrarán las garras,
tratar de curar despedidas,
olvidar las palabras.

lunes, 13 de abril de 2009

Dos semanas

Ella era rubia, de ese tipo de rubio que sólo tienen las personas nórdicas, casi blanco; un rubio que más que rubio es una ausencia de color. Él ya tenía el pelo totalmente blanco y, adivinando, por su fisonomía y el color casi transparente de sus ojos, no debía haber sido muy distinto a ella en ese sentido en su juventud, si no rubio, de pelo castaño muy claro. Ambos rondaban, pienso, la sesentena pero reían y miraban su entorno con las curiosidad de los niños, con los ojos grandes abiertos generosamente y una sonrisa displicente dibujada en el rostro.
Ella daba muestras de haber sido una mujer muy bella años atrás. Con un cuerpo silueteado y unas piernas firmes, no dudaba en pasear por el jardín de la casa donde alojaban cubierta con un pareo de color morado, con minifaldas muy ajustadas o, incluso en bikini durante los días de más calor. Él no se quitaba nunca unos pantalones cortos de leñador y rara vez dejaba al descubierto su torso, sin embargo, y a juzgar por la fuerza con que cortaba la leña cada tarde, seguramente gozaba de una musculatura de hombre delgado pero consistente.
Se reían, se miraban durante minutos largos y se regalaban sonrisas mientras tomaban el té en el jardín de la casa. Siempre la mesa rebosante de pasteles alemanes, siempre las tostadas de pan oscuro y una tetera blanca coronando la escena. Él leía durante estas largas sesiones que compartían cada día a media mañana y a media tarde. En realidad, nunca los ví comer otra cosa que no fuera un kuchen o cualquier otro pastel alemán, es decir, nunca los ví compartiendo un solomillo o un pollo al curry y tampoco los ví beber otra cosa que no fuera té; aunque, estoy segura que lo hacían, pero en el interior de la casa probablemente, donde yo ya no podía verlos.
Ella, entre taza y taza de té, cosía telas de colores, unía retales de materiales diversos, ora terciopelo, otrora seda o tejido vaquero y les daba forma con una pequeña máquina de coser de viaje que parecía más bien de mentira. De vez en cuando, perdía la mirada en el horizonte y cerraba los ojos como tratando de saborear el aire. Una breve pero rotunda expresión de gozo.
Se miraban. ¡Dios con cuánta dulzura se miraban! Y yo me preguntaba cuál sería el secreto de su aparente felicidad de pareja madura, de qué manera dos personas pueden compartir tantos años sin aburrirse el uno del otro y no terminar odiando los tés a media tarde y el mismo cuerpo, siempre, a tu lado en la cama.
- Quince días al año, me dijo el dueño de la casa cuando me sorprendió embobada observándolos una tarde en el jardín.
-Quince días durante veinte años seguidos, no está mal, ¿no crees?, me increpó.
-¿Cómo?, respondí sin entender exactamente a qué se refería.
-Llevan viniendo veinte años siempre en la misma fecha, durante la misma cantidad de días. Cada uno deja su vida en espera y se reúnen aquí para vivir esta otra vida de quince días cada primavera, continuó.

Marion era una mujer casada, tenía dos hijas ya de 35 y 37 años y tres nietos pequeños y rubios como ella. Paul era soltero pero sólo por decisión propia, pues había sido un joven apuesto y acomodado a quien no le faltaron oportunidades ni amores prometedores, pero era una persona solitaria y la idea de compartir la vida con alguien durante más de quince días nunca le había llegado a seducir del todo. Así que dejó pasar varias mujeres maravillosas por su vida que se fueron de la misma manera que llegaron, en silencio. Los dos eran profesores en Alemania y se habían conocido veinte años atrás trabajando para una pequeña escuela de un pueblo cercano a Frankfurt donde Marion impartía clases de arte y Paul de historia a jóvenes de secundaria.
Sus vidas ya estaban trazadas cuando se cruzaron; ella casada, con dos hijas y un marido al que quería como a un compañero imprescindible, y él que para ese entonces ya había tomado el camino de la soledad. Se enamoraron, pero se enamoraron como se enamoran los marineros, con la conciencia de otros puertos, con el fervor de la intermitencia y con la absoluta necesidad del reencuentro. Se escapan dos semanas cada primavera a aquel lugar anónimo a acariciarse, a regalarse por un breve espacio de tiempo lo que el uno podría haber sido para el otro cada día, pero lo que en quince días cada vez nunca se agota. Y de esta forma, sólo de esta forma, parece que lo han convertido en eterno.

sábado, 11 de abril de 2009

Lo que busco.

Lo que busco no tiene nombre ni huele a nada que conozca. Lo que busco tiene que ver con horizontes y romanticismos viejos. Busco un acento dulce, un abrazo para perderme, una risa que me lleve donde quiera. Quisiera cerrar los ojos y aparecer en tu rincón favorito y navegar esta noche hasta donde se despide la luna. Contigo.
Lo que busco tiene que ver con la historia, tiene que ver conmigo. Tiene que ver con las lágrimas que derramo sin motivo, con los secretos que tengo y con las historias que puedo hilar con una palabra. Tuya.
¡Simple deseo!
Lo que busco sabe a sal marina y suena como suenan los grillos. Lo que busco no tiene color pero se entretiene contando luciérnagas en las noches de verano y se duerme con el canto de las ranas de la acequia.
Lo que busco...lo que busco me acompaña. Lo que busco no necesita explicaciones de mi humor imprevisible y de mi puta sensibilidad que me traiciona. Lo que busco entiende la necesidad de una caricia con un gesto o la inmediatez de un susurro con una mirada. Tu susurro.
Lo que busco tiene los ojos transparentes, la voz infinita y el abrazo generoso...y se funde, siempre, con mi cariño.

jueves, 9 de abril de 2009

Quiero tocar la luna

Me gustaría colgar mi cabeza y dejarla secar durante días.
Me gustaría tanto tener el método exacto para desalojar esta inquietud latente que grita y no se calla. La cala, la montaña...hoy he podido hablar con los pájaros. Me han contado que el sol se apaga cada día detrás de tus ojos y que debajo de tu piel duerme la luna. La luna hoy aparecerá plena...y tengo ganas de tocarla.

miércoles, 8 de abril de 2009

Una pregunta mordaz

Imprescindible, para mí eres imprescindible, le dijo mientras se tocaba el pelo con nerviosismo.
Al escucharlo sintió como cada poro de su piel se cerraba en un efecto similar al de los gatos cuando se encrispan ante un peligro. Efectivamente, sintió como el peligro se instalaba en su cuerpo después de oir esa frase, esa confesión desaventurada que ella no era capaz de callar más, que ella necesitaba gritar para que todos lo oyéramos.
-No puedo soportar tus manifestaciones de amor constantes, ¿es que acaso tienes que gritarlo a los cuatro vientos?

lunes, 6 de abril de 2009

Reflejos

Tengo como un pellizco en el alma,...una inquietud, que de insistente, ya ni siquiera sé cómo se llama.
Te he dicho alguna vez que me cuesta ponerme los zapatos del derecho? ¿o que, por ejemplo, doy dos vueltas sobre mi propio eje antes de sentarme? también, y sin quererlo, escondo los dedos pulgares de la mano cuando las cierro como hacen los niños.
Me gusta cantar canciones de cuna y tengo una cierta debilidad por los cuentos infantiles.
Me fascinan las cremas y me lavo las manos demasiadas veces al día, como en un frenesí inentendible, quizás con cierta manía.
A veces lloro, a veces lloro desconsoladamente hasta que me quedo sin lágrimas. Pero también soy capaz de ensordecerte con una risa loca que me llena la boca. También me pierdo entre la gente del centro de la ciudad donde vivo y los miro a la cara y me reflejo en sus rostros, la mayor parte de las veces, sombríos.
Soy incapaz de no matar a una araña cuando las veo, por pequeñas que sean...las mato a todas. Me mareo con la sangre y muy a menudo cuento las canas que tengo: son sólo 7.
¿Te he contado que me alguna vez me gustaría vivir en la Edad Media? y ¿que adoro el aceite de oliva? ¿Te he contado que no me siento muy distinta a cuando era adolescente? ¿y que tengo pánico a hacerme vieja?
¿Te he contado que extraño infinitamente la voz de mi abuela?
Hay tantas cosas que podría contarte y que están en silencio haciendo fila india. Siempre en orden, calladas, mudas. Hay tantas cosas que se amontonan y salen disparadas en estúpidos reflejos inmediatos. Son reflejos de mí desdibujada.

sólo a veces

Te doy una palabra y me devuelves un cuento, te ofrezco una idea y con ella creas sueños.
Acariciarnos el alma, contar todas las hormigas del planeta aunque tú pienses que eso es imposible de hacer. Aunque pienses que es imposible, nado en la vorágine con un perfecto equilibrio que delira y huyo a las islas a contar atardeceres malva.
A veces, me pierdo...me destruyo y me reconstruyo. A veces, simplemente desaparezco. A veces me quedo sin palabras porque, a veces, duelen demasiado los pensamientos.
¿Sabes de qué material estamos hechos?

sábado, 4 de abril de 2009

Nostalgia

He conocido lugares donde las cabras pastan sobre los árboles y otros en los que los cerdos ladran con mirada inquietante. He conocido lugares donde la fantasía era parte del paisaje y donde mi alma, que aún es ingenua, buscaba tu risa infantil.
He conocido lugares donde los camarones caminaban en la orilla y donde un hongo, generoso, te abre mundos paralelos. He conocido lugares donde habita un conejo en la luna y donde en los equinoccios se dibuja una serpiente en la piedra.
He conocido lugares más pequeños que el planeta del Principito, donde puedes ver como el sol se funde con un mar infinito.
He conocido lugares donde los gatos se mecen en hamacas y los caracoles de mar guardan el secreto del silencio.
He conocido un valle donde puedes tocar las estrellas y donde los cementerios de los mineros del cobre esperan visitas que no llegan. He conocido un manto de flores del desierto y un mar de sal en altura.
He conocido el fin del mundo y el sabor de las tortugas, he conocido las noches más calurosas del planeta.
He conocido el olor de la muerte y el rugido de la selva, el abrazo insistente de un mono y la ternura de las ballenas.
He conocido la nostalgia tantas veces.

He cruzado el mar

He cruzado el mar para calmarme, he dormido sobre el runrún de las olas para acunarme.
Estoy tratando de hablar en esta confusión de palabras malsonantes y en esta torpeza inútil que me desgasta.
¿Por qué siempre el motivo se repite? ¿Por qué estoy hecha de este material tan previsible?
He cruzado el mar para hablarme, me he mecido en la orilla para escucharme.