Tengo como un pellizco en el alma,...una inquietud, que de insistente, ya ni siquiera sé cómo se llama.
Te he dicho alguna vez que me cuesta ponerme los zapatos del derecho? ¿o que, por ejemplo, doy dos vueltas sobre mi propio eje antes de sentarme? también, y sin quererlo, escondo los dedos pulgares de la mano cuando las cierro como hacen los niños.
Me gusta cantar canciones de cuna y tengo una cierta debilidad por los cuentos infantiles.
Me fascinan las cremas y me lavo las manos demasiadas veces al día, como en un frenesí inentendible, quizás con cierta manía.
A veces lloro, a veces lloro desconsoladamente hasta que me quedo sin lágrimas. Pero también soy capaz de ensordecerte con una risa loca que me llena la boca. También me pierdo entre la gente del centro de la ciudad donde vivo y los miro a la cara y me reflejo en sus rostros, la mayor parte de las veces, sombríos.
Soy incapaz de no matar a una araña cuando las veo, por pequeñas que sean...las mato a todas. Me mareo con la sangre y muy a menudo cuento las canas que tengo: son sólo 7.
¿Te he contado que me alguna vez me gustaría vivir en la Edad Media? y ¿que adoro el aceite de oliva? ¿Te he contado que no me siento muy distinta a cuando era adolescente? ¿y que tengo pánico a hacerme vieja?
¿Te he contado que extraño infinitamente la voz de mi abuela?
Hay tantas cosas que podría contarte y que están en silencio haciendo fila india. Siempre en orden, calladas, mudas. Hay tantas cosas que se amontonan y salen disparadas en estúpidos reflejos inmediatos. Son reflejos de mí desdibujada.
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